La llegada de la variante Ómicron ha puesto en emergencia nuevamente el servicio médico internacional, ya no tanto por la gravedad de sus manifestaciones o el riesgo de hospitalización y muerte (como fue el caso de la variante Delta), sino por la sorprendente velocidad con que se contagia, hasta 70 veces más rápido que otras variantes.

Cuando parecía que algunos países comenzaban a registrar sus primeros niveles de recuperación, la variante Ómicron del Covid-19 ha vuelto a amenazarles, provocando una gran ola de nuevos casos. Y la situación no ha sido desaprovechada por los grupos antivacunas en su discurso contra la inmunización, pues han visto la ocasión perfecta para proclamar que, si no evitan el contagio, es que no sirven para nada.
Y lo que es peor, es que además del criterio fatalista de los antivacunas, personas que sí tenían toda su fe puesta en los programas de vacunación, ahora se muestran llenas de dudas, e incluso comienzan a culpar a políticos y científicos de haber mentido y generado falsas esperanzas. Lo cierto es que poco a poco los gobiernos han comenzando a responder a estos planteamientos, para evitar falsas informaciones y otras consecuencias que para nada ayudan a superar la pandemia, por supuesto, la respuesta ha de ser científica y no política.
El argumento fundamental es que las vacunas sí funcionan. Sin ellas Ómicron estaría siendo una verdadera calamidad pandémica y afortunadamente no es el caso, solo que se está expandiendo muy rápido, pero las vacunas, como es notorio, siguen evitando muertes y hospitalizaciones. Y quizás no tanto la enfermedad leve; pero, aunque ahora parezca difícil de creer, también evitan el contagio de Covid-19. Entre otras cosas, porque las personas vacunadas contagian menos, lo cual no es ni una suposición ni una campaña de propaganda de los políticos o la industria farmacéutica, sino que se trata de una afirmación sostenida por serios estudios científicos.
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