El último debate entre Hillary Clinton y Donald Trump se celebró el 19 de octubre de 2016 en la distinguida Universidad de Nevada-Las Vegas. Igualmente que en los debates anteriores, dio la impresión de que Trump se había sacrificado con sus interrupciones constantes y su glosario muy poco amable. Las encuestas, que recogían una delantera demócrata de 2,3 puntos momentos previos al primer debate -casi un equilibrio técnico- se dispararon hasta los 5,4 puntos una semana después del último.
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25 de octubre de 2020 - 23:30
En tres semanas, cualquier elección republicana de victoria parecía esfumarse. Fue en aquel tiempo cuando James Comey y el FBI se decidieron a seguir la pista de los emails privados de Clinton en búsqueda de pruebas de corrupción y todo cambió: de los 5,4 puntos a falta de diez días para las elecciones, se pasó a los 1,6 a falta de cuatro. Hillary había arrancado tres cuartos de su delantera en solo seis días. Ni aunque el informe de que el FBI levantaba la indagación le ayudó a recuperarse en los estados cruciales.
Cuatro años después, los debates siquiera le han ido bastante bien a Donald Trump. No es su contexto y no tiene algo que conquistar. Convencer a moderados jamás ha sido su sitio fuerte. Trump es un líder carismático competente y capaz de entender qué es lo que la multitud pide y ofrecérselo enfáticamente. No es una persona de grandes discursos, profundos razonamientos ni respuestas rápidas.
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