Hachiko pasó a la historia como uno de los perros más fieles.
Hachiko y el profesor se hicieron inseparables. El animal acompañaba al profesor por la mañana a la estación de tren de Shibuya, donde se lo podía ver al final de la jornada mientras esperaba su vuelta. Aquellos con los que se encontraban en su trayecto diario, transeúntes o dueños de comercios, observaban con simpatía la devoción del perro por su amo.
El profesor murió un año después por una hemorragia cerebral y Hachiko seguía acudiendo invariablemente a la estación, esperando el retorno de su dueño y por ello se quedó a vivir en la estación. Conmovidos por su fidelidad, los viajeros que pasaban por allí se encargaron de alimentarlo y cuidarlo. Empezó a ser conocido por todos como “el perro fiel”.
Como un homenaje a la fidelidad del perro, en abril de 1934 se inauguró una estatua en su honor y al acto asistieron altos dignatarios, además de Kishi Kazutoshi, autor de un libro sobre su historia, y Sakano Hisako, sobrina del profesor Ueno.
Sin embargo, el tiempo reveló que tanto interés por un animal no era desinteresado. Corrían los años treinta, una época de corrientes totalitarias. La fidelidad de Hachiko, por ello, fue instrumentalizada a favor de una ideología próxima al fascismo. Su lealtad se comparó con la doctrina del bushido, por la que se establecía un fuerte vínculo entre el guerrero samurai y el señor al que servía. Hachiko, desde esta óptica, simbolizaba la obediencia del pueblo japonés a su emperador.
Hachiko murió el 8 de marzo de 1935. Naturalmente, se hallaba en la estación ferroviaria en aquel momento. Su cuerpo, disecado, acabó en el Museo de Ciencias Naturales de Tokio. Algunos años después, los imperativos de la Segunda Guerra Mundial obligaron a fundir su monumento: el Ejército necesitaba el bronce para fabricar armas. En 1947, una nueva estatua se levantó en Shibuya, la misma que puede contemplarse en la actualidad.
Dejá tu comentario